En una aldea del sur, muy al sur de cualquier tierra, vivía una gran dama de cabellos oscuros, rizados, y rostro dulce. Todos la conocían y no sabían de dónde venía. Pero todos, la recordaban como si siempre hubiera estado con ellos.
¿Tiene padres? ¿Tiene hijos? ¿Acaso esposo? ¿Por qué vive sola? ¿Por qué siempre está alegre? ¿Por qué si te le acercas es amable? ¿Por qué si le pides un favor te ayuda y no pide nada? Eran algunas de las preguntas que se hacían en el poblado.
Era tan hermosa, no sólo por su cara bella: vestía de manera elegante, sus modales eran perfectos, su carácter muy social y sin embargo, ¡vivía sola! Eso no era normal, decían los pobladores.
Unos a otros se preguntaban constantemente: ¿Quién la habría traído? ¿Cómo habría llegado al pueblo? Pero nadie lo recordaba. Entonces… después de varios años de preguntas sin respuestas, el alcalde de la aldea decidió hacer un concurso, el poblador que pudiera responder esas preguntas, sería acreedor de un premio.
Se presentaron muchos y compartieron sus hipótesis. También se presentó un anciano, igual de bondadoso, igual de generoso, igual de bien vestido, igual de hermosos y dijo: “Te digo lo que creo, creo que la bondad que vemos en ella, emana de nuestro corazón, tal como la vemos, así somos”. Y se ganó el premio.
¿Y, tú qué crees?
Autora: Ginger María Torres de Torres